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jueves, 8 de abril de 2010

Miguel Hernández. Oficio de poeta



Miguel Hernández. Oficio de poeta

Miguel Hernández, poeta de singular figura, se ha engrandecido hasta la categoría de mito. Este año se conmemora el centenario del nacimiento en Orihuela, el 30 de Octubre de 1910, de Miguel Hernández. Autor de libros imprescindibles como Perito en lunas, El rayo que no cesa o Viento del pueblo. Falleció de tuberculosis en la prisión de Alicante en 1942. Tenía 31 años.

En este centenario, el cantautor, Joan Manuel Serrat ha querido sumarse a la efeméride con un nuevo disco titulado Hijo de la luz y de la sombra, lo cual es de agradecer, aunque hay que reprocharle el hecho de haber lanzado este cedé con la carátula de la bandera rojinegra de la CNT.

Miguel Hernández jamás perteneció a la organización anarquista; lo único que se sabe de él es que fue miembro del Partido Comunista de España. Un descuido más que deliberado que no se sabe si achacable a la casa discográfica o al propio cantante. ¿Acaso no se podría haber evitado un símbolo tan opuesto a la memoria del poeta y a lo que fue y es el Comunismo?

Por suerte han aparecido diferentes libros para reconciliarnos con la verdad y el rigor por encima de tantas frivolidades. Hago referencia al de Concha Zardoya, que recoge algunos de los mitificados orígenes del pobre pastor de cabras llegado a Madrid sin formación ninguna. Es cierto que su padre fue un tratante de ganado venido a menos, y, que durante algún tiempo el joven Hernández tuvo que pastorear el rebaño propio. Después, ya en Madrid, le vino bien fabricarse una imagen romántica de poeta menesteroso y autodidacta, un “look de pastor-poeta, para granjearse la atención de cuantos le rodeaban. En este empeño no siempre tuvo éxito, parece que Luis Cernuda lo rehuía y hay total certeza de que Lorca se portó con él como un auténtico señorito andaluz.

Mayor comprensión encontró en otros artistas de aquella época, como el caso de María Zambrano, con quien el poeta tuvo algún escarceo sentimental.

Por lo que se refiere a su concepto de lírica, encontró en los versos de Neruda, su norte y su guía. Fue un poeta intelectual y comprometido con la suerte de los suyos . Su libro, Viento del pueblo, recoge, tal vez, con más intensidad su clara y honrada actitud ante el golpe fascista acudiendo enseguida al frente. Fue un poeta combatiente. Él no era como Rafael Alberti o como otros que iban al frente, estaban en un acto y volvían a Madrid. Y mientras algunos tomaron las de Villadiego, el autor de El rayo que no cesa, permanecía en España. Por ahí van los tiros del último novelón de Antonio Muñoz Molina, La noche de los tiempos, un verdadero y nada maniqueo ejercicio de memoria histórica en el que se ajustan las cuentas con cierto izquierdismo de salón.
Las circunstancias posteriores merecen examen detallado en el libro de Ferrís y Martín: el doble encarcelamiento, el juicio, la condena a muerte, el indulto, también la movilización internacional.

Pese a todo, Neruda achacaría en unos versos lamentables la muerte de Hernández a Cossío. Pertenecen al poema “El pastor perdido”: “Se llamaba Miguel. Era un pequeño/ pastor de las orillas/ de Orihuela. / Miguel hizo de todo / territorio y abeja / novio, viento y soldado- / barro para su estirpe vencedora/ de poeta del pueblo/ y así Salió caminando / sobre las esquinas de España/ con una voz que ahora /sus verdugos/ tienen que oír, escuchar/ aquellos que conservan las manos/ manchadas/ con su sangre indeleble…/ Todos sabían/ en la cárceles/ mientras los carceleros/ cenaban con Cossío/ tu nombre.”

Con todo lo más importante es la obra desigual pero valiosa de Miguel Hernández. Su obra es un silbido, que no un silbo, de los aires amorosos, de la noche sosegada, en par de los levantes de la aurora, la música callada, la soledad sonora.

Pilar Rodríguez

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