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viernes, 12 de marzo de 2010

De la sacralización del arte

En primer lugar un par de comentarios a lo escrito por Bernardo. Estoy de acuerdo con él en que algunas expresiones artísticas del siglo XX han sido exabruptos para quizá, como decía Warhol, tener quince minutos de fama (y algunos más) sus autores. Pero tan culpable de eso son los artistas vanidosos como los medios de comunicación, con sus críticos de arte al frente, de darles cancha. Como decía Marx, deberíamos hacer una crítica de la crítica crítica. Además, se aprovechan de la muchedumbre para alcanzar sus fines económicos, en algunos casos, como luego veremos, escandalosos. En cambio, no estoy de acuerdo en que todo o casi todo esté hecho en el arte, porque eso es ser adivinos, tener la capacidad de ver el futuro y nunca se sabe.
En segundo lugar, lo que ha escrito Bernardo me ha recordado el tema de la sacralización del arte y sus consecuencias. Lo primero que deberíamos tener claro es que los artistas no son creadores, por mucho que algunos de ellos se autocalifiquen así y sus críticos también. Los artistas son hacedores. Y con esto no pretendo devaluar su trabajo. Yo creo que es más correcto decir “he hecho un cuadro” que “he creado un cuadro”, “he hecho un edificio” que “he creado un edificio”, “he hecho una película” que “he creado una película”. ¿Por qué a los descubrimientos científicos no se les llama “creaciones”, cuando son la base del cine, de la fotografía y otras expresiones artísticas actuales? El arte entendido como creación es resultado de sacralizarla, es querer ocupar el artista o los artistas el lugar que antes le correspondía a Dios, al Dios creador, ahora que, como decían Hegel y Nietzsche, Dios ha muerto. Deberíamos tener la idea de que el artista es más bien un artesano y así recuperar el significado del término latino ars que traduce el griego tecné: conjunto de habilidades que aprendemos para transformar unos materiales en otros. O sea, que el arte es aprender un oficio, en este caso el oficio de la pintura, de la escultura, de la música, de la literatura. Lo que los antiguos llamaban las artes liberales. Porque los nombres importan. Si los artistas son creadores, sus obras se convierten en fetiches, es decir, en objetos sagrados. Y esto lleva a que en el mercado del arte se paguen cantidades escandalosas de dinero por algunas obras, aunque este asunto no se suela criticar. Se critica, en cambio, cuando la misma cantidad se utiliza en el mundo empresarial, por ejemplo, que no es creativo. El fetichismo, por ejemplo en la pintura, llega a tal grado que aunque hoy con la tecnología se puedan hacer clones de cuadros para que no tenga que haber un único ejemplar, aunque la contemplación estética sea la misma, nos obligan a ir a un único museo, cuando con los clones se podrían repartir por más museos. Es más, el fetichismo hace que el espectador no quiera ver el clon, sino el original, aunque sea imposible distinguirlos.
Yo creo que esto es lo que vio el “Luisillo” del que nos habla Bernardo. Se dio cuenta de que los artistas encumbrados no eran tan geniales, tan creadores, como decían sus críticos y que él también podía pintar, porque sólo era, ni más ni menos, cosa de oficio. Es como la frase que se le atribuye a Picasso: sólo espero que la inspiración me pille pintando.
Para muestra un botón: durante la celebración de una feria de ARCO, los del programa caiga quien caiga, colaron y colgaron en la feria una “pintura abstracta” que habían hecho unos niños de dos años en una guardería pintándose las manos y restregándolas por el lienzo. Después preguntaban al público qué les parecía “el cuadro” y nadie se dio cuenta que era un engaño. Todos daban respuestas muy “cultas”. Todos parecían entender mucho de “pintura abstracta”, todos eran unos fetichistas y sacralizaban “el cuadro”

Francisco Belda de la Santa.

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