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martes, 29 de septiembre de 2009

La Patria de Don Quijote


"Como el cartel indica, los infanteños reclaman para su pueblo el título de Lugar de la Mancha o paria de D. Quijore. Un supuesto estudio universitario avala sus pretensiones. Apoyándose en él orquestaron durante el cuarto aniversario una sonora campaña publicitaria. Entre los ecos recogidos destaca el implícito beneplácito de la JCCM que, cómplice y consentidora, ha dejado hacer. Pero lo más llamativo es el silencio de las gentes de Argamasilla de Alba, localidad ésta que contaba y cuenta con los mayores y mejores argumentos para vindicar el honor de ser la patria del héroe de la Mancha, que no han sido capaces de replicar a la misma altura en defensa de sus derechos."


FIRMA INVITADA. Bernardo Fdez-Pacheco Villegas

Uno ya sabe que cabe esperar cualquier cosa. Cuando llegan los aniversarios y las conmemoraciones, las efemérides, los que ostentan el poder en ese momento pulsan todos los resortes a su alcance para utilizarlos en eso que se denomina interés coyuntural. Esa iniciativa casi siempre tiene poco que ver con el sentido real del hecho recordado. El cuarto centenario de la publicación de El Quijote está dando lugar a que se produzca este peculiar fenómeno.

Cuando de un libro se trata, no hay más homenaje que la contribución a la extensión de su lectura, así como la promoción de actos derivados del estudio, del análisis y la repercusión de la obra. Ese sería el proyecto conmemorativo más loable, y el único digno. Máxime cuando se celebra la publicación de una obra literaria de resonancia universal, a la que el gran público español no ha accedido, aunque muchos lo aparenten.

Como son otros los valores y las intenciones de los celebrantes, el resultado suele ser que sus actividades quedan muy lejos de las que serían razonables. Así nos llegó, bajo patrocinio de nuestro gobierno regional, un Quijote a un euro, en una edición de letra pulga; que es el camino más seguro para no incrementar, ni un solo miembro más, el reducido y minoritario club de lectores manchegos de El Quijote. Después apareció la renombrada Ruta de Don Quijote, desde un más que evidente reclamo publicitario que poco tiene que ver con los derroteros de la novela. De la tal ruta, únicamente esperamos que al menos sirva para adecentar cientos de kilómetros de caminos y veredas, patrimonio de todos, que deberían estar en mejor estado del que se encuentran, con o sin centenario de El Quijote. Esta tarea, que incluso ocultará ante los ojos de muchos el estado de dejadez y abandono previo de esos mismos caminos, será positiva por aquello de “más vale tarde que nunca”, pero su vinculación con la obra, sencillamente, no existe. No hay ruta de Don Quijote: no lo quiso así su autor. Lean si no y comprueben el desinterés de Cervantes por trazar, seguir, señalar o indicar rutas.

Pero, sin duda, el más sorprendente de los hallazgos conmemorativos es el que pretende dar patria a don Quijote, desde un supuesto estudio “académico”, en el que se implica a la Universidad Complutense de Madrid.

Todo lector del libro –e incluso el no lector- sabe que no era intención de Cervantes facilitar el lugar del que era natural el protagonista. Además del famoso “ de cuyo nombre no quiero acordarme”, de manera mucho más explícita, Cervantes afirma en el último capítulo de la segunda parte, a través de su “alter ego” Cide Hamete Benengueli, que renunció expresamente a dar el nombre del lugar “por dejar que todas las villas y lugares de la Mancha contendiesen entre sí por ahijarle y tenerle por suyo” ¿cabe mayor evidencia y claridad a la hora de manifestar las intenciones?.

Hasta hora, la estéril contienda del ahijamiento se venía librando, principalmente, entre dos pueblos: Argamasilla de Alba y Esquivias. Con el mencionado estudio llega una tercera : Villanueva de los Infantes. Va creciendo la nomina, y parecería oportuno, aunque sólo fuera para que el augurio y premonición del autor incrementará su grado de acierto, que se fuesen sumando más y más ciudades manchegas; como es lógico, avaladas por quienes estimasen menester y con los argumentos que mejor fundamentaran su opción. No sería caro armar teorías: a las pruebas me remito.

Sin duda, para Infantes será un importante reclamo turístico. El turismo, y todo lo que de él se deriva, es uno de los becerros de oro del aniversario, y una de las claves para entender tanto entuerto. Por ello desde esa villa se ha aceptado la nominación sin más empacho. Y no han perdido el tiempo a la hora de cambiar el comunal “un lugar de la Mancha”, que saluda la entrada de tantos pueblos, por el más exclusivista de “el lugar de la Mancha” –obsérvese el trueque de indeterminado por determinado-. Con ello, y después de todo un espectacular despliegue informativo en los medios de comunicación, se ignora, o se asume, sin más ni más, que uno de los principales tesoros patrimoniales de la villa, la casa del Caballero del Verde Gabán, a la que nunca hubiese renunciado ningún infanteño por muy descastado que se confesara, es, de todo punto, incompatible con la idea de que don Quijote fuese allí. Pues de cualquier lector de la obra es sabido que este caballero y don Quijote se encuentran y ven por primera vez en el camino, y que el primero invita y aloja al hidalgo y a su escudero en su pueblo y en su casa. Circunstancia esta que no hubiera sido posible si hubiesen sido convecinos.

Ciertamente estarían mucho mejor colocados que Infantes, a la hora de entrar en la inútil -pero rentable- disputa, todos los pueblos no excesivamente distantes del Toboso. Esto sería así porque entre las pocas pistas que Cervantes da (I parte, cap 13) sí explica, sin embargo, que Sancho dudaba de la existencia de Dulcinea “porque nunca tal nombre ni tal princesa había llegado jamás a su noticia, aunque vivía tan cerca del Toboso”. Entre El Toboso e Infantes hay unos 130 Kms; por lo que ni el siglo XVII, ni en el XXI, pueden ser considerados como cercanos.
Cervantes no escribió la novela con un buen mapa de la Mancha en las manos; esto es un hecho palpable. Como también lo es que el cálculo de las distancias no le preocupaba en exceso; así, por ejemplo, hace viajar al caballero de la triste figura y Sancho Panza, en sus respectivas monturas, desde la Mancha, en concreto desde algún lugar próximo a Ruidera, hasta las orillas del Ebro ¡en sólo dos jornadas!.

Ante lo poco sostenible de la hipótesis infanteña, sí resulta un tanto extraño que no haya habido una sonada réplica por parte de algún o algunos estudiosos de Argamasilla de Alba. Hubiera sido lógico que entraran en razón y recortasen los pseudocientíficos argumentos del equipo universitario que ha optado por Infantes. Su silencio resulta no sé si sospechoso o sorprendente.

Don Quijote, por expreso deseo de su autor, es patrimonio de todos los pueblos manchegos. En cualquiera de ellos hubiera podido transcurrir alguna de sus aventuras.
Por un pueblos como Manzanares, Villarta de San Juan o Valdepeñas, asentados en pleno camino real, es fácil que transitara el caballero andante, o que recalase en alguna de las ventas próximas a esas localidades.

Ninguna de las pistas dejadas por Cervantes, algunas contradictorias, han de tomarse al pie de la letra, ni siquiera la referencia al campo de Montiel, que podría ser una denominación genérica. Cervantes no propone tampoco ningún acertijo en la novela, ni invita al lector a hacer conjeturas sobre las direcciones que seguía el protagonista de la historia. Sencillamente no es sustancial, no forma parte de la novela seguir un determinado itinerario; las referencias son, pues, generales y poco exactas. Y todos los pueblos de la Mancha deberían sentirse felices por el legado cervantino, sin que cupiesen discriminaciones.

Insistir en situar la acción es, cuando menos, perder de vista lo fundamental e insistir en lo imposible. Pero el ser humano es así: tozudo o tenaz –como se prefiera- para lo bueno y para lo malo, y esto también, cómo no, lo conocía Cervantes; por lo que jugaba con ventaja a la hora de enunciar su augurio: la disputa seguirá perpetuándose. Plantear hipótesis por entretenimiento es una actividad aceptable, pero siempre que se demuestre el profundo conocimiento de la obra, sobre todo como consecuencia de la lectura y la relectura, si no, sólo es un juego banal.

Poco acertado se nos antoja lo que nos ha traído hasta la fecha el IV Centenario, y no apuntan los programas, salvo en lo turístico y publicitario, una mejora sustancial en la idea de difundir y profundizar en una obra que es la perla de nuestro patrimonio cultural, y nuestro más brillante estandarte en cualquier país del mundo.
Bernardo Fdez-Pacheco Villegas

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