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miércoles, 30 de septiembre de 2009

Fotos para la eternidad

Hace unas semanas publicaba El País Semanal un artículo titulado “Fotografías para la eternidad”. Detrás de este sugestivo titular, el tema es una corriente que recorrió buena parte del mundo durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX y que llevó a al realización de multitud de fotografías a personas muertas.

Para la mayoría de nuestros contemporáneos estaríamos ante algo morboso, de dudoso gusto y, para algunos, propio de mentes calenturientas. Nada más lejos de la realidad.
Después de leer el artículo y observar las fotografías que lo acompañan, se me ocurren unas reflexiones que quiero compartir con vosotros.

En primer lugar, descartar lo morboso, incluso el mal gusto. Son fotografías llenas de ternura, El muerto aparece ataviado con sus mejores ropas, como si, después de una fiesta, se hubiese quedado dormido. Como la mortalidad infantil era tan alta en aquella época, muchas de las fotografías son de niños, a los que la muerte no ha arrebatado para nada su dulzura: con sus vestiditos, rodeados de muñecos, tendidos sobre un sofá, parece que duermen plácidamente la siesta.

En segundo lugar, el carácter de acontecimiento que supone la muerte. Desde la antigüedad hasta la actualidad en muchas culturas la muerte ha ido acompañada de manifestaciones sociales: el origen de los juegos en los anfiteatros romanos hay que buscarlo en los homenajes a patricios muertos; en zonas rurales de Hispanoamérica la muerte va acompañada de comilonas en las que las bebidas de alta graduación se consumen abundantemente. La muerte reúne al grupo como un nacimiento o una boda, con su celebración incluida.

Por último, constatar cómo hemos cambiado. La televisión y el cine nos ofrece una variedad infinita de muertes en directo: con violencia, con sadismo, heroicas, tranquilas, imprevistas, anunciadas, por armas de fuego, por arma blanca, accidentales, voluntarias, ficticias, reales… Pero no soportamos la muerte próxima. Los tanatorios alejan al muerto de la casa, de la familia. La funeraria se encarga de todo. La iglesia y el pésame es un trámite. Al cementerio, el empleado de la funeraria y el enterrador.

¿Nos está deshumanizando está sociedad urbana y estresada? ¿Valoramos tanto la vida a fuerza de comodidad y la hemos alargado tanto que la muerte nos resulta extraña y molesta?

ANGEL BERMEJO
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