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lunes, 19 de octubre de 2009

La idea salió de mí para quedarse dando vueltas en mí en una entreplanta del Museo Reina Sofía; tras seguir con atención el raro video de una artista que no conocía y que se llama Patricia Esquivias. En su película, Patricia relacionaba nuestra historia reciente y nuestra vida cotidiana de la manera más sorprendente; esta frase no puede entenderse sin que os de un ejemplo. Decía Patricia que en 1939 las autoridades españolas quisieron aprovechar una exposición universal para convencer al mundo desarrollado del imparable proceso de modernización del país y del carácter dulcificado y por tanto benéfico del régimen político vigente; un grupo importante de arquitectos construyó un espacio verdaderamente impactante. El día de la inauguración oficial del pabellón se bailaron jotas y otros bailes regionales; jotas o raíces ante los ojos despistados de una selecta hilera de autoridades militares y religiosas. La voluntad de ser modernos quedaba frustrada por una tradición que no lo era tanto. Este es uno de los pasajes de la historieta de Patricia. Una historieta que dilataba con un sabroso anecdotario que llegaba hasta nuestros días y que servía para poner en la mesita de noche cómo funcionaba el macabro mecanismo psicológico por el que nuestro siempre vigente deseo de modernización se volvía repetidamente malogrado. Hay una pesada tradición que impide que esa modernización termine de producirse; hay algo que arrastramos, que no se deja definir, que quizá no tengamos la valentía de mirar y reconocer, algo que nos bloquea o hace lentísimo nuestro camino.

Sé que estaba viendo el video de Patricia; que me estaba encantando su historia y la forma llana y clara en la que la contaba. Sé que no tenía tiempo de terminar de ver el vídeo; recuerdo que una pareja de mujeres se acercaba indecisa a los auriculares y que algo alocadamente les dije que no dudaran en ponerse a verlo porque lo iban a disfrutar. Entré en el ascensor y la idea salió de mí para quedarse en mí dando vueltas en mí. Y así ha estado durante los días que llevamos de esta breve semana; hasta ahora, que es hora de que trate de explicarla.

En nuestra tonta democracia, me decía, la sociedad civil parece tantas veces medio muerta… Pero la sociedad civil existe y aunque sea de manera débil e intermitente favorece o produce cambios en el modo en el que las instituciones se plantean y resuelven nuestros problemas. Una sociedad civil viva y coleante será necesariamente mejor que una sociedad civil apagada; los órganos de decisión necesitan de su energía. En una sociedad verdaderamente democrática la sociedad civil es tan potente que incluso están articulados los medios de interacción entre las acciones civiles y las instituciones; cuando esos grupos civiles están adormecidos o desactivados, cuando simplemente parece que no existen, la democracia es solo un ejercicio periódico de legitimación a través del voto. Yo aspiro a más que al ejercicio del derecho al voto. Y no sé lo que pensará Patricia de todo esto; pero el caso es que esto se fue haciendo sólido en mi cabeza gracias a Patricia. Estamos entonces en lo siguiente: fortaleciendo la sociedad civil y las acciones que puedan tener origen en ella saneamos nuestra democracia; fortaleciendo nuestra democracia damos pasos hacia una verdadera modernización, una modernización que no sea solo un triste envoltorio.

Esta era más o menos la idea; pero estoy haciendo trampa al plantearla así, porque no surgió en realidad como algo teórico, abstracto, que es lo que parece que hasta ahora es. En realidad nació como un proyecto concreto a realizar con mis alumnos de primero de bachillerato en la materia de Filosofía y Ciudadanía. Desde hace un par de años en primero de Bachillerato a la Filosofía se la llama así, Filosofía y Ciudadanía; poco ha cambiado el contenido, menos en cualquier caso que el espíritu, en el que como enseguida veréis, y por fortuna, encaja bien el proyecto. Un proyecto que quiero incluir en mi programación y del que me gustaría saber qué pensáis.

Queridos alumnos, les diré, tenéis que llevar a cabo una acción pública; podéis hacerla individualmente, en grupos de dos, en grupos de cinco, quien sabe si podríais hacerla en un grupo de sesenta; podéis participar en varios grupos a la vez o en uno solo; podéis invitar a quien queráis a participar en ella. Sois el motor de la acción: vosotros la programáis, vosotros la ejecutáis. En primer lugar tenéis que buscar algo que os disguste y que queráis mejorar; para ello tenéis que proponer una o varias soluciones prácticas; hay que estar preparados para argumentar por qué queréis cambiar ese algo y por qué vuestra propuesta es la mejor solución para hacerlo.

Seamos razonables, pidamos lo imposible era el lema del lúbrico 68; pedid y se os dará, una frase del evangelio. Pero hablar de una acción pública tal y como os lo estoy planteando no es ni una cosa ni otra: se trata de proponer, de construir, de criticar y presentar una solución limpia; no de pedir algo que descabellado o de pedir caprichosamente por el placer de pedir. Se trata de que escribáis esa propuesta en limpio; de que la firméis y de que convenzáis a gente de vuestro entorno para que la apoye; de entregarla a la persona o las personas apropiadas; de montar, quizás, un pequeño show con objeto de hacer llegar el mensaje de la manera más viva a la opinión pública y al círculo de los que pueden hacer que vuestra propuesta prospere. Hace falta imaginación y valentía; inteligencia práctica y conocimiento acerca de cómo funciona el mundo en el que andamos vagando. Con nada de esto se nace. Que ideéis y llevéis a cabo una acción pública es sólo una forma de fortalecer en vosotros la habilidad de perseguir un objetivo que pensáis que beneficia nuestra vida en común.

Entonces los chicos aprenderán a ponerse de acuerdo en lo que quieren cambiar y a buscar soluciones que permitan hacerlo, aprenderán a escribir una petición colectiva y a descubrir a quien deben dirigirla, aprenderán a planificar una estrategia con la que llamar la atención de la opinión pública, aprenderán quizás -si es que les escuchan y los toman en serio- a delegar en alguien la tarea de presentar sus ideas o de entablar una hipotética negociación en su defensa. Aprenderán algo de todo esto y sufrirán la experiencia de la dificultad de ponerse en marcha como grupo, de ser ignorados y no conseguir nada de nada a la primera, de ser malinterpretados, de ser utilizados. Vivirán seguramente la experiencia del fracaso; pero puede que reflexionen acerca del porqué del golpe, de lo que podría haberlo evitado. Uno se golpea, uno se levanta, uno se golpea.
En fin, que lo que quiero es que hagan todo eso que nosotros casi no sabemos hacer; todo eso que no hemos aprendido a hacer ni tampoco nos han enseñado nunca a hacer. Yo sé que las propuestas circulan, que muchas veces terminan asentándose en la mentalidad colectiva, que de la mentalidad colectiva pasan a los partidos políticos y con ellos a las instituciones con capacidad de acción. Quiero que ellos aprendan a hacerlo; aunque sea de un maestro inútil es tales aventuras.

Tengo alumnos muy activistas que están completamente desactivados: son revolucionarios, no reformistas; piensan que las reformas son tan leves e insuficientes que lo que habría que cambiar es el fondo; piensan sin saberlo como pensaba Marx, que en lugar de reformas es necesaria la transformación total. Marx creía que las reducciones en el horario de los obreros introducidas por el parlamento inglés a finales del siglo XIX eran apaños inútiles de la burguesía; a veces subimos tanto en la espiral del deseo que no somos capaces de mejorar cosas sencillas, que están a mano, que son cercanas y no tan complejas. Yo no les voy a pedir un plan para hacer la revolución de octubre en mayo sino algo más modesto: un plan de intervención en la vida pública. Nuestro sistema lo permite; es nuestra tradición autoritaria, quizás, la que bloquea las posibilidades de nuestro sistema impidiendo que la voz de un grupo de adolescentes (o de un grupo de viudas homosexuales) sea tomada en consideración. La acción va por grupos, por hacer comunidad de intereses comunes; la presión del grupo entra en las instituciones a fuerza de insistir, de hacerse con la voz y el argumento. No hay batallas de un día; pero todas las acciones tienen su efecto.

No creo que la política sea la única vía para la realización personal; tampoco creo que sea el modo privilegiado de conseguirla. Quiero que cuando se nos ocurra algo que creemos positivo para muchos sepamos qué estrategias podemos poner en marcha para conseguir que nuestra propuesta se haga fuerte y pueda realizarse. Patricia daba vueltas a nuestra historia identificando los monstruos que están agazapados en su substrato; imaginé que poniendo en pie esta actividad luchaba en cierta medida contra ellos. Os toca ahora decir si tengo o no razón.

Moisés Velasco

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